Un Relato de Antonio Pérez Henares. Antonio Pérez Henares nació en Bujalaro (Guadalajara) en 1953. Escritor y periodista, su pueblo natal quiso rendirle homenaje poniendo su nombre a la plaza mayor de la localidad. Escritor, viajero y periodista que se ha pasado más de 30 años haciendo información política, cuya pasión son los viajes, que ha completado siete Rutas Quetzal y que acaba comprendiendo que el paisaje que más le llega al corazón es el de sus valles alcarreños. Allí resulta que es donde da rienda a su fantasía y novela a sus héroes prehistóricos, su gran pasión literaria. La Marea en su Blog periodístico.
Amanecer en la Alcarria Alta. 07/06/2008 La corza con el recental pegado a ella brotó de la linde del monte al navazo, entre dos luces, en la aún difusa claridad que precede al alba, como una sombra del propio bosque del que provenía. Bajé el rifle y me quedé absorto viendo a la madre, inquieta, y al cabrito atravesar el espacio descubierto en medio del monte alcarreño donde en los inviernos lluviosos se forma una pequeña y efímera laguna. Ahora aparecía, junto a ciertos restos de reciente humedad, tupido de hierba fresca y de vino color y pespunteado de algún majuelo en el que blanquean las rosas silvestres. Los vi trasponer a ambos por detrás de uno de ellos y perderse de nuevo en la espesura de chaparros, en este monte dominado por los quejigos y alguna que otra carrasca. Los brotes tiernos y el mejor pasto abundan por doquier y los corzos no se ven obligados a salir a campo abierto. Están a salvo en su recién inaugurado paraíso donde cada árbol es un cántico al renacimiento de la vida. Luego estuve en el viso y desde allí
tendí la mirada hacia los horizontes abiertos. Y no se
si se me concederá en mi existencia otro amanecer como
este, de primeros de junio, que me ofreció mi tierra de
Castilla. No sé si la existencia me concederá otro amanecer como el que me otorgó, este día de primeros de junio de este año de gracia del 2008, pero sólo por él hubiera merecido la pena el vivir, el ver apagarse la vida en un invierno y sentirse resucitar con la resurrección de esta primavera. Por la sierra norte de Guadalajara, las jaras habían comenzado a florecer y a cubrir de blanco las laderas del Alto Rey. Pero aquí, en las faldas de los chatos montes alcarreños, de la Alcarria alta, por tierras de Bujalaro, en una mañana de gloriosa y madura primavera, lo que ha florecido son los espinos albares, y sus delicadas flores proponen a los sentidos su trémula belleza y sus tenues olores. He venido a cazar el corzo, pero estas primeras luces del día me están dando ya mucho más. Hasta donde se extiende la vista -que transita por despejados y alomados espacios presididos aún por los verdes de las mieses ya encañadas y granadas, que no tardarán en amarillear- hasta ir a rebotar sobre la sierra por la que vine ayer, la naturaleza es una explosión de vida en todo su conjunto. Lo es en cada uno de sus átomos, en cualquier rincón, en cualquier vallejo, en sembrados y baldíos, por viñas, trigales, olivares, cerezos y nogueras, en el mismo cielo, limpio y fresco, en el aire que llega cargado de efluvios y reclamos de todos los pájaros elevándose y parpadeando en la atmósfera al paso callado del cazador. Cuando éste pone el pie donde no ha llegado la reja y la labor, en la zona de claros, montecillos y aliagares que preceden a la linde del monte donde cierran filas chaparros, carrascas y las siembras, el espliego, el tomillo y la ajedrea levantan oleadas de intensos olores a cada pisada. He visto alguna perdiz alzarse apresurada, a otras más las oigo cantar ocultas. Me alegra más que nada la frecuencia con que se eleva la voz, como una sonora campanilla, de las codornices, antes tan frecuentes ahora tan escasas, pero que parecen haber venido en mayor número este año de lluvias abundantes. En una fuentecilla, cerca de la casa derruida que algún día lejano cobijó sueños de humanos, sale de entre las zarzas hacia el espesar del monte bajo un conejo como un rayo. No voy a ver ninguno más en la mañana, pero éste ya es mucho. He contado torcaces, alguna tórtola y
hacia el soto de El Calzarizo veo bajar una oropéndola
macho y, luego la oigo cantar en la chopera, lo mismo
que insistente y muy cercano suena el canto del cuclillo. Es misión imposible detectar a los
corzos. Todo está a su favor, hierba y mieses tienen tal
altura que les basta y sobra para desaparecer. Es uno el
que me detecta |